Mons. José Ignacio Alemany

 

DOMINGO 03 DE  DICIEMBRE

I DOMINGO DE ADVIENTO

CICLO B

Después de haber repetido que termina un año litúrgico (el civil continúa) y que empieza otro distinto, uno podía esperar un cambio radical de temas.

Pero empezamos prácticamente como terminamos, con orientaciones idénticas: «vigilar».

Es más, la liturgia nos va a llevar a lo mismo en el nuevo año: la imitación de Cristo y esto comienza también con el ciclo de Navidad.

¿Qué pasó?

Que la meta es la misma: Dios. Y el camino es idéntico: Jesús.

Por Jesucristo llegamos a Dios: ¡Eso es todo!

Así que, amigos, tomemos esto en serio: nosotros somos los mismos. Dios es el mismo, «Jesús es la vida, la verdad y el camino».

Este es el grito espontáneo que brota de la liturgia del primer domingo de Adviento: ¡Misericordia!

El pecado nos quiere alejar de Dios, pero nuestra confianza en la paternidad divina está por encima de todo y, por eso, suplicamos.

  • Isaías

El profeta hace «la gran súplica al Señor». Apelando a la paternidad de Dios le suplica con confianza, pensando en su misericordia.

El profeta comienza:

«Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre de siempre es nuestro Redentor».

Y al final del párrafo nos invita a decir:

«Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obras de tus manos».

A pesar de nuestros pecados e infidelidades seguimos confiando en nuestro Creador y Alfarero.

Qué bueno meditar la obra de Dios que resalta Isaías y pedirle con humildad de corazón su perdón, e incluso su presencia continua entre nosotros:

«Ojalá rasgases el cielo y descendieras»

Su presencia renovaría todo, permitiría a Dios gobernar y nosotros seguir invocando el nombre del Señor.

En Adviento, muchas veces, repetiremos peticiones de estas para que el Redentor venga a la tierra reseca.

  • Salmo 79

Pedimos con el salmista poder vivir de nuevo la obediencia a nuestro Buen Pastor:

«Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».

Que Dios nos cuide como a su viña predilecta.

Con el salmo hacemos un firme propósito: «No nos alejaremos de ti; danos vida para que invoquemos tu nombre».

Confiando y pidiendo siempre su fortaleza: «Que tu mano proteja a tu escogido al que tú fortaleciste»

 

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